Conocí una historia que no tenía ni principio, ni final, sólo intermedios y paréntesis. Nada de recuerdos, ni sueños, sólo miradas instantáneas y melodías en el viento...
Dos criaturas reunidas, sin pasado que compartir, sin futuro que planear, recorriendo el presente mirada tras mirada. Suspiros y risas. Un baile, una caricia en el rostro, una copa de vino...
Y no habían secretos, pues no hablaban de ellos, no habían desilusiones, pues no habían expectativas. El día nunca terminaba, pues en verdad nunca había comenzado. Qué importaba la noche, el día y la noche de nuevo, el amanecer y el atardecer. Ni sol, ni luna, ni estrellas necesitaban. Y dejaron de creer en el tiempo, de contar minutos, horas, sólo se entendían con el compás de la música, nada más necesitaban para saber que estaban vivos.
Un aquí, un ahora y un puñado de dulces fresas...